Patricia Fresnedo Alcántara
6. ¿Cómo debemos prepararnos para reaccionar adecuadamente ante una amenaza?
Es importante mencionar que existen reacciones que obedecen al puro sentido común, incluso al instinto que pueden
evitar que uno sea víctima de una amenaza. Pero no siempre el sentido común o el instinto son suficientes, y a
veces resultan contraproducentes. De ahí lo fundamental de aprender a observar para mantenerse alerta. Uno se
sensibiliza de algo que esta fuera de lo normal.
En México tenemos la mala costumbre de no negarnos a casi nada. No está mal, digamos, dar la hora a quien nos la
pregunta, lo erróneo es hacerlo sin prestar atención a los indicios de riesgo que puede haber alrededor de las
intenciones de quien nos detiene en el camino para, así, vulnerables, con el pretexto de dar la hora, nos
sorprenda y asalte.
Es verdad que no vamos a andar con paranoia desconfiando a diestra y siniestra de cualquiera que pasa, eso
también nos pone en situación vulnerable, por causa del temor fundado o infundado, pero en la medida que
aprendemos a observar nos mantenemos en una alerta discreta para defender el espacio vital de uno, y cuando se
detecta el riesgo dar vuelta, desviar la ruta, entrar en una tienda donde hay otras personas, etcétera.
La observación permite analizar de manera específica el entorno para reaccionar en consecuencia a un probable
riesgo, permite detectar la proximidad en tiempo y lugar de la amenaza de manera previa a que ocurra, de tal forma
que uno, en tanto posible víctima, pueda reaccionar en primer término buscando librarse de la amenaza rehuyéndola
antes que pretender enfrentarla.
Se trata también de aprender a observar con perspicacia y rapidez suficiente para propiciar la reacción más
oportuna, porque no debemos olvidar que, si estamos en la mira de un delincuente, éste también está observándonos
para establecer el momento y el modo mejores para actuar en nuestra contra.
Es importante mantener la atención en la actividad principal que se realiza y no distraerse, tampoco dejarse
engañar por las apariencias que salen de lo que pensamos como característico de cómo se espera que sea un
delincuente. Una persona amable, un guapo, también puede ser una amenaza desde el momento de que, por la confianza
que pueden despertar, provocan la baja de la guardia y la disminución de la atención sobre lo que se debe estar
alerta. No por traer un auto blindado está uno ciento por ciento seguro.
La observación entonces nos permite identificar los cambios en el entorno; lo que de un momento a otro es distinto.
Nadie como cada uno de nosotros, para notar los cambios en nuestro ambiente.
Hemos perdido nuestra capacidad innata para observar los riesgos probables detrás de los cambios en nuestro ambiente.
Una ardilla, por ejemplo, antes de salir de su madriguera observa, por instinto y hábito, lo que hay alrededor,
olfatea, escucha y en cierto modo llega a conclusiones, si cabe decirlo, como ésta: campo libre, todo en orden y
como de costumbre, salgo a buscar mi alimento en aquel árbol; o al contrario, ¡epa! ahí, tras ese arbusto
hay un gato, mejor no salgo. Y de ese modo calcula la relación riesgo-oportunidad.
Entiendo que nuestras actitudes, por nuestra condición humana, son en muchas ocasiones aspiracionales y de
competición. Queremos mostrar lo que somos, lo que tenemos, lo que hemos conseguido, establecer nuestro estatus,
diferenciarnos y en eso cimentamos lo que llamamos nuestra vida, cuando en realidad es tan solo un modo de vida. Así
pues, damos más importancia al modo de vida que a la vida misma, por eso he dicho a muchos, para que comprendan el
valor de su vida: ¿quieres vivir tu vida?, entonces piérdete entre la multitud, no te hagas obvio ni te
vulneres tú mismo.
En este sentido, la tarea más ardua la tenemos los padres, los adultos con los jóvenes por su natural rebeldía y su
afán de competir, es la de destacar y de hacer valer su independencia. No digo que la competencia sea mala en sí, al
contrario, dependiendo el ámbito donde y por qué se da. Pero existen adultos que arrastran comportamientos
adolescentes y que la sociedad califica como aceptables, cuando muchas veces son precisamente contrarios a la
procuración de la propia seguridad; el envalentonamiento sobre todo en los varones, muy asociado a los instintos de
territorialidad, de dominio, es un ejemplo.